Fueron unos cuantos segundos, como un fogonazo, la coincidencia fugaz de dos coordenadas de espacio y de tiempo en un mismo lugar. Apenas duraron lo que tarda en culminar, triunfal, una marcha alegre, y lo que un paso de palio deja de ser perfil de Dolorosa aniñada, lucernario con escalas cromáticas y resplandor verde para ser apenas un recuerdo detrás de la piedra de San Miguel, a cuya espalda esperaban los pétalos y la emoción. Quien se retiraba resignado a sus quehaceres después de una tarde intensa no pudo sentirse más feliz en menos tiempo.
Era la única pieza que faltaba para comprender del todo lo que era una intuición emocionada de toda una tarde: que un Domingo de Ramos es en verdad algo que no termina nunca ni empieza nunca, sino que parece repetirse continuamente. Como si el último se hubiese terminado hace apenas una hora y las emociones fuesen tan familiares como lo es la vida cotidiana. El tiempo y la memoria de la Semana Santa desmienten en estos días el reloj del mundo, para el que habían pasado más de doce meses mientras el corazón que se emociona enlazó los recuerdos intactos de un Domingo de Ramos con otro y pensó que nunca se había separado de las imágenes que volvían a reinar en sus pasos.
Y quien lo pensaba era bien consciente de las novedades, de los cambios y hasta de las imágenes para la historia, pero nada puede la superficie, porque en un Domingo de Ramos mandan sobre todo las emociones, y más si duran más de quince horas, como ayer.
Tomó casi a contrapié la hermandad de la Entrada Triunfal a la ciudad, con su salida a las diez de la mañana, pero duró poco. Una colorista combinación de flores arropaba el paso de misterio, ya con el conjunto de Sebastián Montes terminado, que ganaba metros Realejo arriba. La Virgen de la Palma se mecía poco a poco en su palio, resuelta casi en blanco como la luz de la mañana.
Al salir de la carrera oficial había un cortejo de familias y cochecitos de niños que hacían contraste con los que se habían puesto el traje de hebreo. A la cofradía le esperaba el desafío de la Catedral y lo cumplió. Una multitud esperaba en la Judería, tanto que casi ni podían andar los pasos y hubo que refugiar a los niños en la Catedral para que quitarlos del riguroso sol.
Cuando la cofradía llegaba a San Lorenzo poco después de las cinco de la tarde, sonaba el llamador del Cristo de las Penas en Santiago. Aquí sí que podía ser cualquier Domingo de Ramos, que hasta los pétalos de los balcones de Agustín Moreno caían en el mismo número y con la misma parábola hacia un Cristo que otra vez fue imán de devociones y lágrimas. Cuantas veces se haya visto esa estampa en realidad era una, que ni han cambiado la cal, ni los iris del Cristo ni el lento caminar con la música con que la Semana Santa confirma que llega para quedarse. Sí traía aires antiguos la Virgen de la Concepción, con el puñal que lució durante muchos años y con su viejo manto de color azul noche dándole un aire serio con las impecables camelias.
La proporción del tiempo
Varias horas llevaba ya el Amor en la calle y todos la esperaban en la Puerta del Puente. La construcción de Hernán Ruiz III era como un ojo de la ciudad vieja hacia la Calahorra y el paso por el Guadalquivir, una perspectiva recuperada. Un año podía haber pasado sin que uno viera al Señor del Silencio y todo seguía igual que antes, la misma mirada introvertida, el mismo casi miedo ante quien no comprende nada. Como a todos los titulares de la hermandad, le seguía una apretada fila de devotos, con la medalla de la hermandad muchos de ellos. Al que más, al Cristo del Amor, otra vez estampa eterna con el Calvario rescatado hace poco. La Virgen de la Encarnación, con un tocado crudo que resaltaba más su estampa morena, caminaba con su alegría de barrio mientras su cofradía buscaba la Catedral, en la que no hacía estación desde 2005 por las sucesivas obras en el Puente Romano.
Si uno lo piensa, a lo largo de su vida no está con las cofradías una proporción mayor de tiempo que la que dura en un día el fogonazo último que ayer regaló la Esperanza. Y sin embargo, quien camina por la hilera de puntiagudos terciopelos verdes sabe con certeza lo que le espera, casi oye por la memoria la música rotunda y plateada que le pone al contrapunto al paso del Señor de las Penas, el teatro de las figuras donde sin embargo nada brilla más que el desvalido titular rodeado por el rojo y el oro. Y al poco se ve en la misma atmósfera que tiene siempre la Esperanza, tal si viniese todos los años con el mismo aire, la misma luz y la misma alegría del tintineo de campanitas. Llegaba un poco más verde este año, con el pálido tono de este color que tiene la nueva saya que le ha hecho Mercedes Castro.
FUENTE: ABC
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