viernes, 20 de septiembre de 2013

ARTE Y FE por Eduardo Capdevila

                                                                   ARTE Y FE


¿Para qué mirar el tiempo? ¿Para qué hacer predicciones? Era la mañana del 14 de Septiembre de 2013 y las nubes nos debían una.

Ese día se respiraba algo distinto, era aire, sí, pero endulzado con incienso. Se caminaba por unas calles distintas, eran las de siempre, sí, pero más estrechas si cabe. Córdoba era diferente, la misma ciudad, sí, pero con aires de grandeza.

Las calles y templos abarrotados de turistas y cordobeses nos hacían presagiar lo que viviríamos esa tarde noche. En realidad, ni lo imaginábamos. Era imposible imaginar algo así.

Las 17:15 en el reloj, no cabía un alfiler en la plaza de San Hipólito, Jesús llevaba andando coronado quince minutos por su barrio...Las puertas se abrieron a los sones de Saeta Cordobesa para dar comienzo a mi particular 14-S. Las primeras lágrimas asomaban al ver caminando con porte de Reina a la que ese día fue Señora de Córdoba. Una mujer me preguntó: "¿Cómo se llama esta Virgen?" "La Reina de los Mártires" y acto seguido, con los primeros sones de Salve Regina Martyrum me respondió: "Verdaderamente es una Reina". Con un pinchazo en el corazón abandoné San Hipólito para dirigirme a San Pablo, una última mirada hacia atrás, sonaba Estrella Sublime...

Ya llegó el momento. 17:30 en el reloj, tiempo detenido en uno de los salones de San Pablo. Trabajos repartidos, ropas hechas, cigarros consumidos con nerviosismo...todo ello silenciado por las tradicionales palabras de Ángel Carrero, capataz del Señor. "Hoy Córdoba es el centro de la Iglesia Católica, la punta del iceberg. Cuando lleguemos a Catedral nos estarán mirando millones de personas, nos estarán mirando aquellos que piensan que puede ser la última vez que vean a su Cristo en la calle...Señores, hoy es nuestro día, después de tres años hoy es nuestro día, así que a derrochar arte y fe, arte y fe..."

De nuevo entrar en la iglesia como tantos Viernes Santos, aunque esta vez las caras de mis hermanos esbozaban una amplia sonrisa y un brillo de ilusión en los ojos. Ya estábamos todos bajo Él. Tres golpes de martillo y las ilusiones, los sueños y el esfuerzo de esta cuadrilla, se levantaron lentamente hacia el cielo de San Pablo. Entonces sucedió, poco a poco de frente, el Stmo. Cristo de la Expiración y María Stma. Del Silencio estaban en la calle. Los sones de Expirando en tu Rosario se hacían hueco entre una multitud que aguardaba al final de aquella mágica rampa. Se sintió el trabajo bien hecho, la unión de esta cuadrilla. No era la cuadrilla alta quien subía la rampa de San Pablo, ni siquiera era la baja...aquella rampa la subieron todas y cada una de las personas que habían hecho eso posible, aquella rampa la subían los costaleros que hoy no estaban con nosotros, los contraguías que no podían estar, la subían los latidos de mis hermanos, los ojos vidriosos de algún que otro costalero. Era una realidad, o ¿quizás un sueño? un sueño llamado Expiración.

Poco a poco aquello que algunos tacharon de imposible, tildaron de locura, se hacía carne. Ya estábamos todos allí, las 18 hermandades. San Fernando mostraba una estampa de ensueño, Huerto, Expiración, Redención, Caído, Humildad...Coronación irrumpía junto al Rescatado en Cruz de Rastro...miles de flashes rompían la oscuridad de la noche. Sentencia se abría hueco mientras Amor y Descendimiento lloraban desde la otra orilla...Clamores, aplausos, llantos, cornetas, tambores...Córdoba alzaba la voz reclamando la grandeza de su Semana Santa...de repente: Silencio. Córdoba calló y así quisieron hacerlo los allí presentes. Un silencio que estremecía, incluso el rachear de las cuadrillas era un rachear tímido, cauteloso. Sonaba una banda, sí, pero era callada por las bambalinas de su palio...En cada arriá miraba por el respiradero y veía en los rostros de la gente esa solemnidad que tanto en falta echábamos por la ciudad califal, veía rezos, admiración, fe...

La voz de Fermín Pérez resonaba por toda la ribera como si la voz del mismo Dios se tratase. Al fin, bajo el arco. Era momento de acordarse de los que ya no están, de los que marcan tu vida, de tus seres queridos...una levantá milimétrica e irrumpimos en el corazón de la mejor carrera oficial que haya visto una ciudad. El peso de su amor caía como nunca, la Catedral nunca estuvo tan lejos, tan cerca pero a la vez tan lejos. Y en mitad de ese silencio, en la Puerta del Perdón, aplausos y una mano amiga que te estrecha la tuya con fuerza. Ya estábamos allí, el Señor de la Expiración entraba triunfal en el Patio de los Naranjos que tan olvidado nos tenía ya. No había azahar, pero había lágrimas junto a los Naranjos. Una música celestial te hacía creer que entrabas en el paraíso, pero ¿no era aquello el paraíso?. No quedaban fuerzas, o eso creía yo...porque en ese momento Rafa Pulido supo sacar más de mí: "Capdevila, mira a tu derecha, ahí tienes a tu Señora". Por casualidades de esta vida, por el destino, o porque así lo quiso Dios, el Señor era posado justo al lado de la Reina de los Mártires. Abrí el faldón, y os aseguro que aquello realmente era el paraíso. La Catedral fue más Catedral que nunca, abrazos entre hermanos, ilusiones desbordadas ante la presencia de esas 18 imágenes que siempre tendremos en nuestra memoria. Fue un momento mágico. No existían 18 hermandades, no existían 18 cuadrillas, sólo el sentimiento de unión entre todas ellas. Tanta emoción hacía pensar que había acabado ese sueño, afortunádamente, sólo estábamos a la mitad.

Y de nuevo, otra vez las bandas, otra vez los vítores, los clamores, los aplausos, Córdoba despertaba de nuevo y nadie quería dormir en aquella madrugá dibujada por la fe. Nunca olvidaremos las calles de una Judería abarrotada por un sentimiento cofrade nunca visto en esta ciudad.

Pero basta de ruido, ya basta de narrar la vuelta a casa de las otras 17, es el momento cumbre de Expiración. Abandonada ya la Catedral y sus calles, esquivadas ya las bandas que nos escoltaban, toca adentrarse en Lineros, en San Pedro, en Corredera. Placer para los sentidos el recogimiento y el intimismo vivido a esas horas de la noche. Imposible de olvidar el brazo extendido desde un balcón de la Calle del Pollo que alcanzaba a tocar la mano del Señor de San Pablo. Incienso, rachear, exquisitas marchas de una AMUECI entregada a la mirada de María Stma. Del Silencio. Una Corredera vacía recibía con los brazos abiertos a una cuadrilla que quiso hacerse cuadrilla en ese entorno, que pretendía recogerse en lo más hondo de su esperanza a los sones de Virgen del Valle. Una Espartería que se alzaba intimidante se quedó ridícula ante el empuje y el orgullo de la cuadrilla y el cuerpo de capataces del Señor de la Expiración. Última chicotá -eterna ya diría yo- en Capitulares, el cansancio era palpable pero hubiéramos muerto por ser quien encerrase al Señor en su casa.

Salí bajo el faldón entre lágrimas, y entre lágrimas vi como ese sueño se alejaba por la rampa de San Pablo de nuevo. Otra vez Expirando en tu Rosario. Yo iba detrás junto a mis hermanos. Nos mirábamos con admiración y amor los unos a los otros mientras aquella poética estampa se borraba con los tres últimos golpes de martillo. Ya estaba el Señor en su casa, hasta el Viernes Santo.


Y mientras mis hermanos se abrazaban y dejaban florecer todos los sentimientos encerrados bajo las trabajaderas, yo miraba al Señor de la Expiración y le decía: Verdaderamente, hoy has derrochado arte y fe, arte y fe...

Eduardo Capdevila
Hermano de la Expiración

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